LOS GOBIERNOS DEMOCRÁTICOS NO TIENEN LUCES Y SOMBRAS

Venezuelan President Chavez embraces Argentine Nobel Peace laureate Adolfo Perez Esquivel in Buenos Aires

Venezuela's President Hugo Chavez (L) embraces Argentine Nobel Peace laureate Adolfo Perez Esquivel at the start of a meeting between Chavez and a group of cooperatives in Buenos Aires December 10, 2007. REUTERS/Bernardino Avila (ARGENTINA)

Por redacción de Campana Hoy.

Cuando Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz, afirmó que “los gobiernos democráticos tienen luces y sombras”, dejó en evidencia una confusión peligrosa: la idea de que la democracia puede convivir con prácticas autoritarias si estas provienen de quienes dicen defender al pueblo. No es así. Una democracia no es una escala de grises; o hay instituciones, libertades y límites al poder, o no los hay.

En la raíz filosófica, la democracia no se mide por el número de votos sino por el respeto a la ley y a la dignidad humana. Aristóteles ya advertía que la demagogia —el gobierno de quienes usan la voluntad popular para su propio beneficio— es la degeneración de la democracia. Bajo esa mirada, Venezuela, Nicaragua o Cuba no son democracias imperfectas, sino régimenes que usaron el ropaje democrático para instalar dictaduras electivas.

El kirchnerismo, en su versión criolla, comparte ese sesgo ideológico. Se indigna ante las injusticias de países ajenos, pero calla frente al hambre, la censura o la represión cuando sus aliados ideológicos son los responsables. Se trata de una doble moral institucionalizada: una defensa selectiva de los derechos humanos, donde la afinidad política pesa más que la verdad o la justicia.

Ese relativismo moral encierra una paradoja psicológica: el síndrome de Estocolmo político. Muchos ciudadanos, y no pocos intelectuales, terminan justificando a sus verdugos ideológicos porque creen que la opresión “es por su bien” o “en nombre del pueblo”. Así, la obediencia sustituye a la libertad, y la lealtad partidaria reemplaza al pensamiento crítico.

Decir que los gobiernos democráticos tienen luces y sombras equivale a aceptar que la corrupción, el abuso o la manipulación pueden formar parte natural del sistema. Pero la democracia no es un espejo sucio: es un compromiso ético con la transparencia, la rendición de cuentas y el respeto al otro, incluso al que piensa distinto.

La verdadera luz de la democracia no admite sombras. O se gobierna con la ley y la libertad, o se gobierna contra ellas. No hay matices posibles.