EL WOKISMO ESTÁ DESTRUYENDO LA CULTURA OCCIDENTAL.

WOKISMO_LA CIVILIZACION

Cuando la izquierda se arrodilla ante causas que, en su versión real, los ejecutarían primero a ellos

Hay una paradoja inquietante que atraviesa a gran parte de la izquierda occidental contemporánea: se movilizan con fervor militante en defensa de causas como Palestina, celebran símbolos de resistencia antiimperialista y se envuelven en banderas de luchas que presentan como emancipadoras. Sin embargo, esa misma izquierda sostiene —con igual fervor— la agenda LGBT, el feminismo radical, el laicismo, el relativismo sexual y la libertad de expresión irrestricta. Todo esto mientras glorifica a regímenes y movimientos que, de aplicarse sus códigos en Occidente, empezarían su “purga” justamente por ellos.

Hablemos claro: bajo la ley islámica de facciones como Hamás, Hezbolá o el régimen iraní —modelos admirados por sectores del progresismo europeo y latinoamericano— la homosexualidad no se debate en paneles de género, se ejecuta. La libertad de expresión no se cancela en redes sociales, se castiga con cárcel o latigazos. Las mujeres no marchan con glitter reclamando lenguaje inclusivo, son obligadas a velarse o segregadas bajo estructuras tribales. Y sin embargo, desde París hasta Buenos Aires, miles de activistas LGBT marchan con la kufiya al cuello sin ver que están celebrando a quienes los colgarían de una grúa.

La izquierda que ama causas ajenas y odia sus raíces

Mientras queman iglesias y ridiculizan la tradición judeocristiana —matriz fundacional de la libertad en Occidente— abrazan con romanticismo revolucionario movimientos que no solo rechazan esos principios, sino que buscan activamente destruirlos. La izquierda ya no critica el capitalismo desde Marx, lo hace desde TikTok. No lee el Corán, pero viraliza hashtags con una convicción que no tuvo ni para leer su propia Constitución.

El wokismo ha reemplazado la lucha de clases por una lucha simbólica de etiquetas, minorías y relatos. Ya no importa la coherencia: importa el impacto emocional y la validación grupal. En ese esquema, Palestina funciona como el nuevo fetiche moral, una causa útil para proyectar frustraciones sin siquiera comprender su raíz religiosa, cultural y geopolítica.

El suicidio cultural de Occidente

El progresismo occidental se ha vuelto tan sofisticado en su autocrítica que ha derivado en una forma de autoodio cultural. La tradición judeocristiana —que permitió el concepto de dignidad individual, libertad de conciencia y derechos humanos— ahora es presentada como el enemigo a derrotar. Pero la ironía es brutal: sin esa tradición, no existiría ni el feminismo, ni el matrimonio igualitario, ni los derechos civiles que hoy enarbolan quienes quieren dinamitar Occidente desde adentro.

No es sobre Palestina. Es sobre la civilización

Este debate no trata de fronteras, ni de banderas. Trata de civilización. Se puede criticar a Israel, se puede empatizar con el sufrimiento palestino, se puede cuestionar la política de Estados Unidos. Todo eso es legítimo. Lo que no es legítimo es alinearse con proyectos políticos que niegan los principios básicos de la vida occidental mientras se sigue disfrutando de Spotify, libertades civiles y elecciones libres.

El riesgo para la democracia

La democracia no cae de un día para el otro por un golpe de Estado clásico. Cae cuando una sociedad deja de reconocer qué valores deben ser defendidos sin relativismo. Cae cuando comienza a respetar más a los enemigos de la libertad que a quienes la construyeron con sangre y responsabilidad. Cae cuando confunde tolerancia con rendición cultural.


Occidente puede cometer muchos errores. Lo que no puede permitirse es dejar de creer en sí mismo.