LA IZQUIERDA Y HAMAS: CUANDO LA CAUSA SE VUELVE CONTRA LA LIBERTAD

Resulta llamativo, pero no sorprendente, que amplios sectores de la izquierda en Europa, América Latina y Estados Unidos muestren simpatía por grupos como Hamas, pese a que estos representan valores opuestos a las banderas históricas del progresismo. Mientras se autoproclaman defensores de los derechos humanos, la igualdad de género y la libertad individual, se alinean con una organización que impone leyes teocráticas, persigue a disidentes y somete a las mujeres.
Este fenómeno tiene raíces ideológicas y estratégicas. Por un lado, una parte de la izquierda ha adoptado una visión maniquea, en la que el mundo se divide entre “opresores” y “oprimidos”. En esa narrativa simplista, cualquier actor que se enfrente a Occidente o al “imperialismo” es automáticamente digno de apoyo, sin importar sus métodos ni sus objetivos. Así, el hecho de que Hamas confronte a Israel y, por extensión, a Estados Unidos, basta para convertirlo en un supuesto “aliado de las causas populares”.
Por otro lado, este respaldo revela una crisis de rumbo. La izquierda tradicional, basada en luchas obreras y mejoras sociales concretas, se ha desplazado hacia un activismo simbólico que muchas veces se vacía de contenido. En lugar de defender principios universales, se aferra a banderas circunstanciales que le permitan diferenciarse del liberalismo y la derecha, incluso si eso implica apoyar regímenes o grupos que encarnan todo lo que dicen rechazar.
El problema es que este doble estándar erosiona la credibilidad. No se puede denunciar la opresión en ciertos países y justificarla en otros solo porque los opresores encajan en la narrativa antioccidental. Apoyar a Hamas no es un acto de solidaridad con el pueblo palestino; es un aval a la violencia sectaria, la intolerancia y la supresión de libertades.
En última instancia, el respaldo a organizaciones como Hamas es la prueba de que una parte de la izquierda se ha quedado sin proyecto real para el siglo XXI. Ha perdido la capacidad de proponer un modelo viable de justicia social y, en su lugar, opta por una política de gestos que termina siendo funcional a agendas reaccionarias. Y cuando la brújula moral se rompe, lo que queda no es revolución ni progreso: es incoherencia.