POR QUÉ ALGUNOS SECTORES DE IZQUIERDA EXPERIMENTAN MAYOR MALSTAR CUANDO GOBIERNA LA DERECHA*.
*Y CÓMO SE ACTIVA LA RESPUESTA EMOCIONAL ANTIDEMOCRÁTICA CUANDO NO GANA “SU” SIGNO POLÍTICO
Una grieta emocional antes que ideológica
Las democracias modernas enfrentan un fenómeno cada vez más visible: la política dejó de discutirse en el plano racional y pasó a vivirse en clave identitaria. No importa solo qué propone un gobierno, sino qué representa emocionalmente para cada ciudadano. Y en ese marco, estudios de psicología política, neurociencia y sociología electoral muestran que ciertos sectores —especialmente de izquierda— atraviesan un malestar más intenso cuando gobierna la derecha. No se trata de una opinión, sino de un patrón observado y medido por la academia.
Cuando las ideas se convierten en identidad
Investigadores como Jonathan Haidt y Jesse Graham demostraron que, para amplios sectores progresistas, valores como igualdad, justicia social y protección del vulnerable no son simples preferencias políticas: operan como pilares morales internos. Cuando un gobierno de derecha impulsa ajustes, recortes estatales o políticas de seguridad más duras, estos sectores no lo leen como un debate técnico: lo interpretan como una violación moral.
La reacción es emocional, no estratégica. El enojo, la tristeza o el temor no surgen de un análisis económico, sino del impacto simbólico de sentir que el mundo se mueve en sentido contrario a los propios valores.
El cerebro también interviene
Estudios neurológicos —como los relevados en investigaciones de Spezio y Rangel— muestran algo revelador: ante discursos conservadores, personas con perfil progresista activan áreas cerebrales asociadas al rechazo moral. En otras palabras, el cerebro procesa al adversario político como una amenaza, no como un competidor legítimo.
Este hallazgo explica por qué, para algunos sectores de izquierda, cada victoria de la derecha se experimenta como un retroceso civilizatorio, incluso antes de que haya medidas concretas.
El factor “pérdida”: cuando gobierna la derecha, el progresismo siente riesgo
Investigaciones de Huddy y colegas señalan que sectores progresistas son más sensibles a estímulos negativos percibidos como injusticia o exclusión. Cuando gobierna la derecha, esto se combina con el temor a:
- pérdida de derechos,
- desfinanciamiento del Estado,
- retrocesos sociales,
- debilitamiento del rol protector gubernamental.
El resultado es previsible: más ansiedad, más indignación y más reacción política.
Cuando la identidad partidaria eclipsa a la identidad democrática
Uno de los fenómenos más preocupantes que registran los politólogos es la polarización afectiva: la tendencia a considerar ilegítimo o inmoral al espacio político que nos resulta contrario.
En sectores progresistas muy ideologizados, la identidad partidaria funciona como identidad personal. Si gana otro signo, no se percibe un recambio normal del sistema democrático, sino una agresión directa. Allí emerge lo que los investigadores describen como irracionalidad antidemocrática:
- rechazo de resultados electorales,
- desconfianza extrema hacia instituciones,
- deslegitimación del gobierno antes de evaluar sus actos,
- narrativa de “amenaza existencial”.
No es un fenómeno exclusivo de un país ni de una época: es un patrón que aparece cuando la política se transforma en un espejo emocional.
La disonancia cognitiva: si no gana mi proyecto, falla la democracia
En un ecosistema saturado de redes sociales, burbujas ideológicas y discursos de miedo, aparece la disonancia cognitiva: si la realidad no coincide con mis creencias, entonces la realidad es la equivocada.
Esto deriva en respuestas antidemocráticas, como:
- considerar que el votante del otro lado es “ignorante” o “manipulado”,
- suponer que cualquier medida del gobierno es injusta por definición,
- negar la legitimidad del adversario aunque haya ganado limpiamente.
Es un fenómeno estudiado y documentado, con efectos reales en la convivencia democrática.
El desafío democrático: convivir con gobiernos que no pensamos
La ciencia es clara: los seres humanos no somos máquinas racionales. Votamos con emociones, defendemos ideas como quien defiende familia y reaccionamos ante la política como ante una amenaza personal. Pero la democracia exige exactamente lo contrario: aceptar alternancias, reconocer legitimidad en el adversario y mantener la cordura institucional incluso cuando gobierna un proyecto ajeno.
Los estudios coinciden en que la única salida a esta tensión es recuperar:
- educación cívica,
- pensamiento crítico,
- diálogo interideológico,
- instituciones fuertes que no dependan del humor social.
Porque la emocionalidad política puede ser inevitable, pero la desestabilización democrática no tiene por qué serlo.
